Los Teritos volvieron a ganarle un duelo decisivo a Chile: 22-12 pese a no jugar bien, para clasificar al Mundial M20 de Portugal 2015
Ignacio Chans-Redacción RugbyNews
Hay algo en el rugby uruguayo y su pelea con Chile. Porque no es común que, en una rivalidad habitualmente pareja en la cancha, la gran mayoría de los duelos definitorios, en juveniles, en mayores o en seven vayan para los celestes. No importa si es un momento alto o bajo del rugby uruguayo, o de los mejores o los peores del trasandino.
Los facilistas o haraganes buscarán la explicación en el siempre básico “tenemos más huevo”, que en última instancia es más un desmerecimiento al rival que una virtud propia. Pero es un poco más sutil que eso, porque los chilenos, como esta tarde, han demostrado muchas veces actitud y entrega: es una cuestión de historia e identidad, que se transmite de generación en generación. Que entra por la piel. Que se alimenta de niños, cuando no hace mucho tiempo estos Teritos M19 de hoy veían, como hinchas o alcanzapelotas, a los grandes ganar duelos parecidos. Esa identidad que pasa sus cabezas cuando se van a dormir y sueñan con ponerse la celeste. Que se cumple en estas primeras pruebas internacionales, cuando los chicos recién atraviesan los 18 años y de hecho no están seguros si dedicarán su vida al rugby, pero si están seguros que estos duelos marcan.
Esa cosa imperceptible es la que termina dando herramientas para superar esos momentos difíciles como los de ayer, donde el rival pone al equipo entre la espada y la pared. No, no es huevos. O no solo es eso. Es historia, transmitida con paciencia de orfebre.
Pero además, a eso que viene de fábrica siempre hay que acompañarlo. Estas nuevas generaciones han tenido la suerte de entrar en un momento casi dorado del rugby uruguayo, con condiciones para trabajar que pocas veces se vieron en un seleccionado juvenil. Ya no es solo el milagro e este rugby de solo 3 mil jugadores activos que clasifica a cuanto mundial haya. No, ahora hay trabajo en serio. Y a ese entorno envidiable se le agrega una generación con condiciones excepcionales, con un tamaño poco habitual para el rugby uruguayo y un juego que de a ratos es de gran nivel. Con todo eso, el futuro solo puede ilusionar.
Los Teros clasificaron al Mundial Juvenil de Portugal 2015 tras ganarle 22-12 a Chile en el Charrúa. Y fue un partido difícil. De esos en los que hay que sacar a relucir más que el juego.
Quizás en esta tarde se complicaron solos los celestes, y les pesó la presión de ser locales. Porque lo tenían controlado en el entretiempo 22-7 (aunque mucho más en la realidad del juego) pero se transformó en un suplicio en el segundo tiempo, cuando Chile, con amor propio, se puso a 10 y no se cansó de pelear.
Los Teritos habían sido mucho más en el primer tiempo. Tanto que no dieron la sensación de ser una máquina, pero así y todo apoyaron cuatro tries, remitiéndose a hacer bien lo simple: presionar al rival, obtener desde las formaciones fijas, ir hacia adelante con los forwards, abrir con velocidad a las puntas: cuatro tries en 30 minutos para sacar una diferencia que parecía tranquilizadora, pese a que Chile, en su único ataque, llegó al descuento con try de maul.
Pero después se cortó todo: Chile salió con rebeldía a buscar el descuento, y Uruguay se fue quedando sin la pelota. El duelo con el pie no lo favoreció, y menos la obtención en las formaciones fijas, donde se le fue la torre más alta (Leindekar) por lesión y el hooker por amarilla. Perdió el scrum, su cédula de identidad, y con eso todo tambaleó, porque en el piso se perdieron varias pelotas y así Chile se hizo dominador.
Eso sí: apareció la defensa, para frustrar caminos al rival una y otra vez. Porque Chile buscó en el juego corto y los tackles fueron a destajo, probó por afuera y siempre hubo un jugador más para ir al suelo, buscó con el pie y respondió bien el fondo celeste con las manos. Pero fueron más de 25 minutos de ataque chileno, y por eso, casi por inercia, llegó el try a los 15’ que puso el tanteador 22-12 y dejó todavía todo abierto.
Uruguay consiguió errando caminos con pelota, y por eso se vio obligado a defender siempre, ante un Chile que se convencía que el milagro era posible y quemaba las naves. Fue ahí que apareció aquello que se transmite de generación en generación, que se cruza por la cabeza de los chiquilines cuando se acuestan a dormir. Eso que permite ganar un clásico, y una clasificación al Mundial, aun jugando muy mal. Llámele H, si quiere. Yo prefiero llamarle identidad.