A los 95 años murió un símbolo de paz en Sudáfrica y el mundo, que tuvo en el rugby una herramienta de entendimiento
Nelson Mandela, el héroe de la lucha contra el régimen racista del apartheid y primer presidente negro de la Sudáfrica democrática, murió el jueves a los 95 años, anunció el presidente sudafricano Jacob Zuma.
«El expresidente Nelson Mandela nos ha dejado (…) ahora está en paz. La nación ha perdido a su hijo más ilustre», anunció el presidente Zuma en la televisión poco después de las 21H00 GMT.
«Se apagó apaciblemente (…) Nuestro pueblo pierde a un padre», añadió, antes de anunciar que los banderas ondearán a media asta a partir del viernes y hasta los funerales, cuya fecha no precisó.
Mandela, el reconciliador de una nación rota
La herencia clave de Nelson Mandela será su obra de reconciliación en Sudáfrica, misión aparentemente imposible en una nación rota por décadas de opresión racista.
En 1990, cuando Nelson Mandela salió de la cárcel, el país empezaba a salir de tres siglos y medio de dominación por la minoría blanca, incluyendo los más de 40 años de un sistema racista institucionalizado único en el mundo: el apartheid.
Ayudado por el pragmatismo del último presidente del apartheid, Frederik de Klerk, Mandela impuso allí una transición pacífica a la democracia.
«Es tiempo de curar las heridas. Tiempo de superar los abismos que nos separan. Tiempo de construir», lanzaba en su investidura, en mayo de 1994, el primer presidente del país elegido democráticamente.
A lo largo de su presidencia, Mandela multiplicó los gestos de perdón, para inspirar a la mayoría negra y para tranquilizar a la minoría blanca, que sigue teniendo las claves financieras y militares de Suráfrica.
Visitó al ex jefe de Estado Pieter W. Botha y tomó el té en casa de Betsie Verwoerd, de 94 años, viuda del primer ministro arquitecto del apartheid, Hendrik Verwoerd, que ilegalizó el ANC en 1960.
Organizó un banquete con ocasión de la jubilación del jefe de los servicios secretos del apartheid, Niels Barnard, e invitó a almorzar al procurador del proceso de 1963 que lo mandó al penal de Robben Island, Percy Yutar.
La imagen del primer presidente negro de Sudáfrica enfundando la camiseta de la selección nacional de rugby, los Springboks, cuando ganaron la Copa del Mundo de 1995, compartiendo la alegría de los «afrikaners» y al mismo tiempo su deporte histórico, marca para muchos el apogeo de la euforia reconciliadora.
Mandela multiplicó las atenciones con respecto a esta comunidad de más de dos millones de blancos, descendientes de los primeros colonos holandeses. Sabía que la inclusión de los ingenieros del apartheid en la nueva África del Sur era vital para la democracia.
«Hubiéramos vivido un baño de sangre si (la reconciliación) no hubiera sido nuestra política de base», recordó Mandela más de una vez a sus críticos, en las corrientes africanistas o en la prensa negra, que le reprochaban que se preocupaba demasiado por los blancos.
El primer Gobierno post-apartheid fue sin duda el más multiracial del mundo -negros, blancos, indios, mestizos-, cada comunidad se encontraba representada.
En sus escritos, Mandela reveló hasta qué punto se había inspirado por las discusiones de su infancia, por el modo tradicional de solventar los conflictos mediante compromisos. Pero también dijo que «sus largos años solitarios» de cárcel habían alimentado su pensamiento.
«Mi hambre de libertad para mi pueblo se ha convertido en hambre de libertad para todos, blancos y negros. Un hombre que priva a otro hombre de su libertad es prisionero de su odio, está encerrado detrás de los barrotes de sus prejuicios y de la estrechez de espíritu», escribía.
«No cabe duda que salió de la cárcel un hombre mucho más grande que el que entró en ella», estimó el arzobispo Desmond Tutu.
Tutu, conciencia moral de la lucha anti-apartheid, fue designado para presidir la Comisión Verdad y Reconciliación (TRC), eje central de la reconciliación.
La TRC, que escuchó a más de 30.000 víctimas y verdugos, proponía el perdón y la amnistía a cambio de confesiones públicas. Verdaderas catarsis, sus audiciones han dejado también zonas de sombra. Y los responsables de las atrocidades del apartheid, jefe de Estado, ministro o jefe de la policía o de las fuerzas armadas, no fueron inquietados.
A pesar de la persistente desconfianza entre las comunidades y de las desigualdades que se han seguido agudizando desde la desaparición del apartheid, toda una nación multirracial estaba unida en junio y julio de 2010 detrás de su selección nacional de fútbol en el Mundial organizado en Suráfrica.
Para Mandela, el acontecimiento planetario era una consagración, la fiesta compartida de un deporte largo tiempo legado a los guetos. A pesar de su avanzada edad, asistió radiante a la ceremonia de clausura en Johannesburgo.
Pero la reconciliación dista mucho de ser redonda. Tal como advertía el propio Mandela: «la curación de la nación surafricana es un proceso, no un acontecimiento particular».
En base a AFP