A horas del partido ante Rusia, solo queda darle un agradecimiento gigante a un plantel que se transformó en un orgullo nacional
Ignacio Chans-Redacción RugbyNews
Viernes, seis de la tarde. La gente entra una tras otra al local de KickOff. Piden camisetas de la hinchada de Los Teros, o entradas para el sábado. Los hay de Old Boys, de Christians, de Polo. Pero también otros que apenas saben las reglas del rugby. “No sé mucho de rugby, pero soy hincha de Los Teros”, dice una chica.
Entonces pienso. “Esto no es normal”. Y me transporto a todas las historias de las últimas eliminatorias. A aquel 2007 tormentoso, con peleas internas, y una final en el Parque Central que se perdió por un punto con Portugal. A una Eliminatoria 2011 igual de tormentosa, con tres cuerpos técnicos, y en el que encima hubo que enfrentar a un Rumania superior que caía de casualidad en el repechaje. Y los recuerdo como cosas bien uruguayas: con potencial para grandes cosas, pero con esa capacidad única para autodestruirse.
Y seguí pensando. Pensé en aquel Sudamericano 2011 de Puerto Iguazú, con una selección viajando en ómnibus y perdiendo por primera vez en mucho tiempo ante Chile. En Santiago 2012, y la heroica victoria en la hora, que en buena medida permitió definir el Sudamericano 2013 de local. Pensé en la derrota ante Portugal a fines de 2012, y en cómo todos coincidían en la necesidad de cambiar la pisada. A tal punto que llegó el mayor enfrentamiento entre dirigencia y jugadores, justo antes de que se produjera la revolución del Charrúa.
Pensé en todo eso. Y después se me aparecieron en la cabeza las obras que transformaron un estadio ruinoso en uno de los mejores Centros de Alto Rendimiento del deporte uruguayo. Que volvieron a hacer del rugby un orgullo ante todo el país. Que le dio las herramientas a los jugadores para que por fin pudieran mostrar lo que ellos estaban convencidos que podían dar.
Entonces me empezó a cerrar la efervescencia de estos días. No es casual que estos Teros –y en ese concepto amplio entran el cuerpo técnico, la dirigencia, el staff, todos- hayan llamado la atención del país deportivo. Ni que hayan unido tras de sí a todo el rugby, algo que la historia reciente demostró que era bien difícil de conseguir. A que en la directiva convivan y trabajen codo a codo gente que antes estuvo enfrentada, lo que luego se trasladó en el plantel, hasta tener hoy a todo lo mejor peleando por la clasificación. Eso es madurez, eso es la llegada del punto justo.
Eso es el rugby. Ese es el espíritu del rugby. Y el espíritu y el rugby los pusieron en estos años frente a cosas insólitas. Como haber estado a punto de ganarle a Argentina en el Sudamericano 2013, o a ganarle durante 60 minutos la serie a EEUU destrozándolos en el scrum, o llevar para atrás al scrum de South Africa Presidents XV en la Tbilisi Cup. O a hacer despertar a miles –sí, miles- a las 5 de la mañana de un sábado para ver un partido en Siberia donde lucharon palmo a palmo, pese a los -1 grados, pese a las 11 horas de diferencia, pese al viaje eterno.
En definitiva, nos han convencido que lo aparentemente imposible es posible. Nos han acostumbrado a que parezca común el absurdo de un equipo amateurs jugando en un Mundial superprofesional. Nos han acostumbrado a imaginar cómo lógico que doctores, contadores, estudiantes, emprendedores, padres de familia o simples laburantes de a pie se levanten a las 5 de la mañana para entrenar y se vayan a dormir a las 23 tras otra práctica, y que hagan de cada día una increíble doble vida: la de deportista de elite y de persona común al mismo tiempo. El mejor resumen se lo leí hace un rato a Julio Lacordelle en Twitter: “Nadie hizo tanto por llegar a un Mundial. Se lo merecen”.
Nos han hecho sentir un orgullo inmenso. A todos. Incluso a uno, que trabaja como periodista y que tiene como norte tratar de no involucrarse mucho, o al menos que la emociones no le ganen al análisis frío. Pero el análisis frío lo dice claro: lo que han hecho estos muchachos es emocionante, y lo justo es levantarse y aplaudir.
Y por eso, solo queda decirles gracias. Pase lo que pase este sábado, lo que han hecho es emocionante. Eriza la piel. Y ya es un gigantesco triunfo. Claro que todos queremos clasificar, claro que la victoria y el Mundial es el norte que todos quieren, y los jugadores están primeros en esa fila, porque nadie sabe como ellos el sacrificio que han hecho. Pero, de parte de quienes los seguimos en cada uno de esos pasos de todos estos años, solo queda darles, pase lo que pase, un gracias gigantesco. Porque fue su ejemplo el que permitió unir a todo el rugby uruguayo. El que le generó a todo el rugby un orgullo pocas veces visto.
Y eso vale muchísimo. Incluso más que una clasificación al Mundial. Por eso, Teros, muchas gracias.