Los Pumas derrotaron a Irlanda 43-20 y se metieron en semifinales del Mundial, en un justo premio a un proceso que revolucionó al rugby argentino
Heroico. Gigante. Inmenso. Los adjetivos corren riesgo de terminarse cuando se habla de estos Pumas. Se encargaron de escribir la historia, y en eso andan, dando paso tras paso. Inspirados por aquella gesta de 2007, y alimentados por un plan que funcionó, paso a paso.
Hicieron el partido casi perfecto en la tarde necesaria. Jugaron quizás los mejores 20 primeros minutos en décadas, donde construyeron la victoria. Luego, quizás asombrados por la diferencia que habían sacado, aflojaron una décima y se les vino Irlanda. Se vieron obligados a capear el temporal, apretar los dientes y aguantar como sea. Y cuando Irlanda inevitablemente aflojó, apareció otra vez la locura para el tackle, para ganar en el contacto, pero además, el arrojo y la valentía para jugar de todos lados. Así, metiendo como siempre pero jugando como nunca, Los Pumas le ganaron 43-20 a Irlanda y se metieron otra vez entre los cuatro mejores del mundo.
El arranque fue perfecto, porque Los Pumas ganaron en el contacto, avanzaron un metro cada vez, tuvieron rápida liberación, se impusieron en el scrum pero además buscaron los espacios para jugar por afuera. Se animaron a jugar de manos, a pasar en el contacto dentro de la defensa, y encontraron, a falta de uno, dos tries, de Moroni e Imhoff, que junto a un penal de Sánchez pusieron una diferencia de 17-0.
Irlanda, como se esperaba, reaccionó, y Los Pumas aflojaron un poco en ese dominio absoluto y en esa falta de respeto al rival. Primero Herrera se fue con amarilla por tackle a destiempo, luego Sanchez erró un penal de mitad de cancha y en la siguiente Cordero quiso haber un sombrero y de pelota recuperada Irlanda lastimo con try para ponerse 20-10.
Allí empezó otro partido, porque Irlanda emparejó el scrum, empezó a ensuciar pelotas de Argentina y, con poco, empezó a jugar. Fueron más los errores argentinos que las virtudes irlandesas, pero eso le alcanzó para acercarse hasta el 20-17 con un try en el arranque del segundo tiempo.
Fue el momento para aguantar. Para jugar más corto, porque afuera no había la misma claridad que al principio. De concentrarse en mantener la posesión, porque la lucha en el ruck se había emparejado mucho. De esforzarse al límite por el tackle y la reposición, porque las `piernas no daban.
Hasta que, pasado el ahogo y con la ayuda de los cambios, quedó claro que a Irlanda no le iba a dar para mucho más. Entonces volvió la locura. La intención de atacar y buscar los espacios. Y llegaron los dos nuevos tries, de Tuculet e Imhoff, para cerrar el partido.
Fue un justo premio. Por este Mundial,. Pero también por un plan que revolucionó al rugby argentino. Que lo transformó de aquel que reclamaba jugar el Seis Naciones y se quería parecer a los del Norte, a uno que se ganó el lugar entre los grandes del Hemisferio Sur y empezó a jugar como ellos. Que se revolucionó desde la base al tope, y hoy es, con justicia, uno de los cuatro mejores del mundo. Y va por más.